La obesidad es una enfermedad crónica que se caracteriza por exceso de tejido adiposo o grasa en el cuerpo. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) se define como obesidad cuando el IMC (índice de masa corporal, cociente entre la estatura y el peso de un individuo al cuadrado) es igual o superior a 30kg/m2.
A continuación, se ofrece información de interés sobre causas, síntomas, diagnóstico, tratamiento y complicaciones digestivas de la obesidad. Además, se incluyen una serie de recomendaciones nutricionales muy interesantes para aquellas personas que la padecen.
¿Cómo se define la obesidad?
La obesidad es una enfermedad crónica que se caracteriza por exceso de tejido adiposo o grasa en el cuerpo que puede afectar negativamente la salud. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) se define como obesidad cuando el IMC (Índice de Masa Corporal, cociente entre la estatura y el peso de un individuo al cuadrado) es igual o superior a 30kg/m2 y sobrepeso con IMC 25-29 kg/m2.
¿Cuáles son las causas de la obesidad?
En la mayoría de los casos, la obesidad es una enfermedad multifactorial cuya causa fundamental es un desequilibrio energético entre las calorías consumidas y gastadas durante un período de tiempo. Este desequilibrio se debe principalmente a la ingesta de alimentos de alto contenido calórico que son ricos en grasa, poco saludables; y un descenso en la actividad física debido a la naturaleza cada vez más sedentaria de muchas formas de trabajo, los nuevos modos de transporte y la creciente urbanización. Además, influyen otros factores como predisposición genética, medicamentos como los corticoides y antidepresivos, causas endocrinas como hipotiroidismo, síndrome de ovario poliquístico o enfermedad de Cushing, causas psicológicas como la ansiedad, estrés, falta de sueño y el entorno social y/o cultural.
Concepto y causas de la obesidad
Contenido original y actualizado en 2025 por:
Dra. Mileidis San Juan Acosta
Especialista de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, Tenerife
¿Qué síntomas produce la obesidad?
La obesidad no es simplemente un exceso de peso ni un problema estético. Se trata de una enfermedad crónica, compleja y multifactorial, caracterizada por un acúmulo excesivo de grasa corporal que altera el funcionamiento del organismo. Su impacto va mucho más allá del aspecto físico: compromete múltiples órganos y sistemas, reduce la calidad de vida y aumenta significativamente el riesgo de morbimortalidad.
Aunque el aumento de peso suele ser el primer signo observable, no todas las personas con sobrepeso presentan obesidad. Es el exceso de grasa —particularmente el que se acumula de forma central, en el abdomen— el que marca la diferencia en términos clínicos y pronósticos. Esta grasa no solo ocupa espacio; es metabólicamente activa y genera una cascada de efectos adversos en el organismo.
Uno de los primeros mecanismos por los que la obesidad genera síntomas es el efecto mecánico del tejido adiposo. Cuando el acúmulo se localiza en el abdomen, puede aumentar la presión intraabdominal, lo que interfiere con la función normal del diafragma y condiciona dificultad respiratoria, especialmente al acostarse o al realizar esfuerzos. Esta misma presión favorece el reflujo gastroesofágico, la aparición de hernias y, en algunos casos, trastornos del tránsito intestinal. Cuando el exceso de grasa se deposita a nivel cervical, puede comprimir las vías respiratorias superiores, favoreciendo el desarrollo de apnea obstructiva del sueño, un trastorno que deteriora la calidad del descanso nocturno y se asocia con somnolencia diurna, alteraciones cognitivas y mayor riesgo cardiovascular.
Desde el punto de vista metabólico, la obesidad, y en particular la obesidad visceral, induce un estado de resistencia a la insulina que constituye el eje del síndrome metabólico. Este estado favorece el desarrollo de diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial y dislipemia, tres factores que actúan de forma sinérgica en el aumento del riesgo cardiovascular. Además, el tejido adiposo secreta citoquinas proinflamatorias que perpetúan un estado inflamatorio crónico de bajo grado, lo que agrava el daño a nivel vascular y hepático, entre otros.
A nivel hepático, uno de los órganos más afectados, es frecuente el desarrollo de esteatosis hepática no alcohólica (EHNA), considerada la manifestación hepática del síndrome metabólico. En fases avanzadas puede progresar a fibrosis, cirrosis e incluso carcinoma hepatocelular, lo que ha llevado a su reconocimiento como una de las principales causas emergentes de enfermedad hepática crónica.
En el ámbito musculoesquelético, el exceso de peso condiciona una sobrecarga articular que favorece el desgaste prematuro de las articulaciones, especialmente en las extremidades inferiores y la columna vertebral. Esto se traduce en mayor prevalencia de artrosis, dolor crónico y limitación funcional. Asimismo, la obesidad se asocia con mayor incidencia de gota, como consecuencia de la hiperuricemia asociada al síndrome metabólico.
Otro aspecto importante es el aumento del riesgo de trombosis venosa profunda y embolismo pulmonar, derivado de la combinación de inflamación, hipercoagulabilidad y disminución de la movilidad, especialmente en pacientes con obesidad severa.
Además, está ampliamente demostrado que la obesidad incrementa el riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer, especialmente aquellos hormonodependientes, como los de mama y endometrio, así como cáncer colorrectal, esofágico y pancreático, entre otros. Este riesgo se relaciona tanto con mecanismos hormonales como inflamatorios.
Por último, no debe subestimarse el impacto psicológico y social de esta enfermedad. Muchas personas con obesidad presentan trastornos del estado de ánimo, como depresión y ansiedad, junto con baja autoestima, estigmatización social y discriminación, lo que puede perpetuar conductas no saludables y dificultar el acceso a tratamiento. A ello se suma la alteración del sueño, la fatiga crónica y una sensación constante de malestar físico y emocional.
La obesidad, por tanto, debe abordarse como una enfermedad seria y compleja, que requiere una intervención integral y multidisciplinar. La prevención y el tratamiento no se limitan a la pérdida de peso, sino que deben centrarse en la mejora del estado general de salud, el control de los factores de riesgo asociados y el acompañamiento sostenido del paciente en el cambio de hábitos.
Síntomas enfermedad de la obesidad
Contenido original y actualizado en 2025 por:
Dra. Cristina Carretero Ribón Especialista de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Cínica Universitaria de Navarra
DIAGNÓSTICO DE LA OBESIDAD
La obesidad es una enfermedad crónica compleja que no solo afecta al peso corporal, sino que tiene consecuencias importantes para muchos órganos. Desde la gastroenterología, observamos con frecuencia cómo el exceso de grasa corporal puede contribuir al desarrollo de enfermedades como la enfermedad hepática metabólica, el reflujo gastroesofágico, enfermedades del páncreas e incluso ciertos tipos de cáncer digestivo.
El diagnóstico de la obesidad comienza con la medición del índice de masa corporal (IMC), que se calcula dividiendo el peso (en kilos) entre la altura (en metros) al cuadrado. Según el índice de masa corporal podemos clasificar a los pacientes en:
- bajo peso: IMC < 18,5 kg/m2
- peso normal: IMC 18,5-24,9 kg/m2
- sobrepeso: IMC 25-29,9 kg/m2
- obesidad: IMC ≥ 30 kg/m2
- grado I: IMC 30-34,9 kg/m2
- grado II: IMC 35-39,9 kg/m2
- grado III: IMC ≥ 40 kg/m2
Sin embargo, el IMC no lo es todo ya que no distingue entre masa grasa y masa muscular, por lo tanto, una persona muy musculada puede tener un IMC elevado —incluso mayor de 30— y ser clasificada como obesa, cuando en realidad su porcentaje de grasa corporal es bajo y no presenta los riesgos metabólicos típicos de la obesidad. Por eso no se debe usar el IMC como único criterio diagnóstico. En su lugar, se recomienda complementar la evaluación con:
- Medición del porcentaje de grasa corporal, mediante métodos como bioimpedancia, plicometría o DEXA (técnica de imagen que se utiliza para medir la composición corporal).
- Perímetro abdominal, para valorar grasa visceral. Debe ser inferior a 102 cm en los hombres e inferior a 88 cm en las mujeres.
- Evaluación metabólica (glucosa, perfil lipídico, función hepática).
- Valoración clínica completa, considerando el contexto físico y funcional del paciente, los hábitos alimentarios, el nivel de actividad física, los antecedentes familiares, el estado emocional y la presencia de enfermedades asociadas como diabetes, hipertensión o apnea del sueño. En pacientes con sospecha de daño hepático, podemos indicar estudios de imagen como una ecografía abdominal o una elastografía hepática para descartar o confirmar la presencia de esteatosis hepática (hígado graso) o fibrosis.
Detectar la obesidad no es simplemente “ver que alguien tiene sobrepeso”; es un proceso médico que busca entender cómo ese exceso de grasa está afectando al organismo y qué riesgos representa. Un diagnóstico adecuado permite iniciar un tratamiento personalizado que puede incluir cambios en la alimentación, actividad física, apoyo psicológico, medicación o, en algunos casos, cirugía bariátrica. Abordar la obesidad a tiempo mejorará la calidad de vida y prevendrá muchas complicaciones a medio y largo plazo.
Contenido original y actualizado en 2025 por:
Dra. Susana Jiménez Contreras
Especialista de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Hospital Universitario Virgen de la Victoria (Málaga)
TRATAMIENTO DE LA OBESIDAD
La obesidad es una enfermedad crónica, recurrente y multifactorial que debe afrontarse terapéuticamente como tal. Cuando el Índice de Masa Corporal (IMC) supera los 30 kg/m², aumenta significativamente el riesgo de desarrollar enfermedades asociadas (comorbilidades) como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, apnea del sueño, enfermedad cardiovascular o ciertos tipos de cáncer. El riesgo de padecer estas enfermedades (comorbilidades) están relacionadas proporcionalmente con el exceso de peso, de modo que a mayor exceso mayor riesgo. De ahí la importancia de alcanzar y mantener un peso dentro de los límites saludables.
El tratamiento de la obesidad debe de individualizarse y abordarse dentro de una Unidad Multidisciplinar, con intervención de nutricionistas, psicólogos y médicos.
Las guías actuales (AACE 2023, ADA 2024, EASO 2023) recomiendan una combinación de intervenciones conductuales, farmacológicas, endoscópicas o quirúrgicas en función del grado de obesidad y la presencia de comorbilidades.
1. Tratamiento conductual
El primer paso en el tratamiento de la obesidad es la modificación del estilo de vida: mejorar los hábitos alimentarios, incrementar la actividad física y proporcionar apoyo psicológico. Diversos estudios demuestran que aquellos pacientes que siguen regularmente los controles por un dietista y un psicólogo especializados obtienen mejores resultados (Look AHEAD Study, Diabetes Care 2014).
Las dietas actualmente recomendadas son hipocalóricas personalizadas (1200-1500 kcal/día) con patrón mediterráneo o DASH, priorizando glúcidos complejos (55%), lípidos saludables (20-30%, con <10% saturados) y proteínas (15-25%). Debe asegurarse una hidratación adecuada (>1.5 L/día).
El ejercicio físico es fundamental, adaptado a la edad y estado del paciente, con al menos 150–300 minutos/semana de actividad aeróbica moderada y ejercicios de fortalecimiento muscular (OMS 2020).
El apoyo psicológico debe incluir terapia cognitivo-conductual individual o en grupo, centrada en motivación, adherencia, manejo de ansiedad y mejora de la imagen corporal (Cochrane Review 2022).
No obstante, frecuentemente estas medidas pueden resultar insuficientes y no conseguir una reducción de peso eficaz, teniendo que complementar el tratamiento con medidas intervencionistas. Existen diferentes escalones terapéuticos para el tratamiento de la obesidad dependiendo del nivel de IMC del paciente, todos tienen ventajas e inconvenientes y tendrán que indicarse por un equipo multidisciplinar de manera personalizada a cada paciente, preferentemente de menor a mayor grado de invasividad.
- Tratamiento farmacológico. Cuando las medidas conductuales no son suficientes, se recomienda añadir tratamiento farmacológico si el IMC ≥30 o ≥27 con comorbilidades.
En los últimos años, el desarrollo de nuevos fármacos para el tratamiento de la obesidad ha supuesto una auténtica revolución terapéutica, especialmente con la llegada de los agonistas del receptor del GLP-1 como la semaglutida y más recientemente la tirzepatida (agonista dual GIP/GLP-1). Estos medicamentos han demostrado una eficacia muy superior a los tratamientos disponibles anteriormente, con reducciones sostenidas del peso corporal que en algunos casos superan el 15–20%, similares a procedimientos endoscópicos o incluso quirúrgicos.
Sin embargo, pese a estos avances, los fármacos antiobesidad presentan limitaciones importantes:
- Efectos secundarios frecuentes, especialmente gastrointestinales (náuseas, vómitos, estreñimiento, reflujo), que pueden condicionar la adherencia
- Riesgo de pérdida de masa muscular si no se acompaña de un adecuado plan de ejercicio y aporte proteico.
- Reganancia de peso tras la suspensión del tratamiento, observada incluso en los ensayos clínicos (STEP 4, NEJM 2021), lo que plantea la necesidad de tratamientos prolongados o crónicos.
- Coste económico elevado, no siempre cubierto por los sistemas públicos de salud, lo que limita su accesibilidad.
- Dudas éticas sobre su prescripción masiva en población sin comorbilidades graves, especialmente en pacientes con sobrepeso leve o con fines estéticos.
Además, algunos expertos critican que el uso creciente de fármacos puede conducir a una “medicalización del sobrepeso” y al riesgo de relegar las intervenciones en estilo de vida a un segundo plano, cuando siguen siendo la piedra angular del tratamiento. Por ello, las guías clínicas insisten en que la farmacoterapia debe integrarse siempre dentro de un enfoque integral y multidisciplinar, no como solución aislada.
También existe la incertidumbre de los posibles efectos secundarios a largo plazo y el frecuente efecto rebote cuando se suspende el tratamiento, lo que apoya aún más la intervención en hábitos de vida como piedra angular del tratamiento de la obesidad.
A continuación, detallamos en una tabla las principales moléculas actualmente disponibles, aunque esta línea de tratamiento está en continuo desarrollo y probablemente en próximos años estarán disponibles nuevas moléculas.
Fármaco | Mecanismo | % Pérdida peso total media | Comentarios |
Semaglutida 2.4 mg (Wegovy®) | Agonista GLP-1 | 15–18% | Alta eficacia, aprobado por FDA y EMA para obesidad |
Tirzepatida (en proceso de aprobación en Europa) | Agonista dual GIP/GLP-1 | >20% | Resultados superiores a semaglutida en estudios SURMOUNT |
Naltrexona/Bupropión | Regulación del apetito | 5–9% | Efecto moderado, útil en pacientes con TCA o fumadores |
Orlistat | Inhibidor de lipasa | 3–5% | Escasa eficacia, uso en desuso |
2. Tratamientos endoscópicos
En los últimos años, se han desarrollado técnicas endoscópicas endoluminales, se realizan por vía oral, sin incisiones, son menos invasivas y más coste-efectivas, con menor incidencia de complicaciones y con resultados satisfactorios, sobre todo cuando se acompaña de cambio de hábitos.
Estas técnicas pueden ocupar un espacio importante en el arsenal terapéutico de la obesidad y están indicados en pacientes con IMC 30–40 kg/m² o con obesidades mayores si rechazan la cirugía.
Para regular la práctica de estas técnicas, el Grupo Español de Trabajo para el Tratamiento Endoscópico del Metabolismo y la Obesidad (GETTEMO), integrado dentro de la Sociedad Española de Endoscopia Digestiva, ha elaborado un documento de consenso estableciendo los requisitos básicos para proceder a realizar estas técnicas con seguridad y eficacia (Revista Española de Enfermedades Digestivas 2018).
A continuación, se detallan los principales procedimientos endoscópicos disponibles actualmente y su utilidad práctica.
Métodos restrictivos endoscópicos temporales:
- Balones intragástricos (BIG): el BIG es una herramienta terapéutica bien establecida. Se introduce por la boca mediante una sonda, suelen ser de silicona, muy resistente a los ácidos gástricos, y se rellena bajo control endoscópico con suero isotónico salino teñido con azul de metileno (colorante biológico) para detectar precozmente una posible ruptura, dado que de producirse se apreciaría que la orina se tiñe de color verdoso.
Permanece en el estómago durante 6 a 12 meses y consigue una perdida media de peso del 10-13% (Imaz et al., Obes Surg 2023). Se disponen de numerosos estudios publicados sobre seguridad con una incidencia de complicaciones <1% (ruptura, migración, úlcera, perforación). Los efectos adversos más comunes son leves y transitorios, se producen sobre todo durante los primeros días tras el implante (náuseas, vómitos y dolor abdominal alto) y se suelen controlar con tratamiento médico conservador.
Como principal ventaja es que es un tratamiento mínimamente invasivo y reversibles. Como en todos los tratamientos de la obesidad requiere seguimiento nutricional y psicológico durante el implante.
Inyección de sustancias por endoscopia:
- Inyección intragástrica de toxina botulínica: provoca parálisis muscular local. Teóricamente, su inyección gástrica puede producir una inhibición de la peristalsis y, consecuentemente, inducir un teórico retraso en el vaciamiento gástrico, condicionando saciedad precoz y pérdida de peso. Es una técnica experimental y los estudios muestran pérdida de peso <5%, de duración limitada (3–6 meses) y sin impacto sostenido (Topazian et al., Gastrointest Endosc 2020). No se recomienda su uso fuera de ensayos clínicos o como técnica puente tras balón para reducir el “efecto rebote”.
Sistemas de suturas endoscópicas:
- Gastroplastia vertical en Manga (Endoscopic Sleeve Gastroplasty, Apollo® ESG: consiste en la aplicación de suturas transmurales continuas longitudinales a la pared gástrica. Esta intervención remeda la manga gástrica quirúrgica.
Está también indicado en pacientes con IMC comprendidos entre 30 y 40 kg/m2, sin historia previa de cirugía bariátrica, o IMC superiores que rechacen la cirugía.
Se ha demostrado que este procedimiento es seguro, reproducible y muy eficaz, reportándose una pérdida ponderal media del 15–20% (metaanálisis Hedjoudje et al., Endoscopy 2020). Con una tasa de complicaciones graves <2%, habitualmente sólo presenta dolor abdominal leve, náuseas y sangrado leve, que aparecen en el postoperatorio inmediato de algunos pacientes y que se resuelven con medidas conservadoras y tratamiento farmacológico apropiado.
Es un tratamiento también reversible y se puede repetir en caso de pérdida de eficacia.
- Método POSE: consiste en una técnica de suturas endoscópicas transmurales en las que se crean unos pliegues en el estómago, con el propósito de crear una disminución de la distensión y sensación de saciedad precoz.
El POSE original (POSE 1.0) está en desuso por resultados insuficientes, desarrollándose recientemente el POSE de segunda generación (2.0) del POSE original, con técnica modificada enfocada en el cuerpo gástrico. Esta técnica está indicada principalmente en pacientes con IMC comprendidos entre 30 y 40 kg/m2, sin historia previa de cirugía bariátrica, o IMC superiores que rechacen la cirugía. En manos expertas, la duración de la intervención es de aproximadamente 40 minutos y se realiza bajo anestesia general.
Esta reportado un índice de seguridad muy alto y un índice de complicaciones inferior al 1%, siendo la principal complicación de la intervención el sangrado, que suele ser autolimitado por la misma presión de las suturas sobre el tejido.
Es un método muy eficaz con una pérdida de peso total del 15–18% (ESSENTIAL trial, 2020; López-Nava et al., Obes Surg 2021).
Sistemas malabsortivos:
- Endobarrier®: Es un dispositivo en forma de funda que se ancla en el bulbo duodenal y actúa como un by-pass intestinal endoluminal temporal (hasta 12 meses. Útil especialmente en pacientes con obesidad con diabetes tipo 2 mal controlada.
Actualmente en reevaluación en Europa tras retirada temporal por complicaciones hepáticas (2016) y en fase de evaluación de resultados en estudios multicéntricos europeos (2023).
Otros procedimientos primarios:
- Método ASPIRE: dispositivo de gastrostomía para vaciado gástrico postprandial. Retirado del mercado en muchos países por baja aceptación y cuestionamientos éticos. No recomendado actualmente.
- Plenity®: hidrogel oral aprobado en EE. UU., con efecto saciante. Apto para IMC 25–40, efecto modesto (pérdida ~5%), sin absorción sistémica.
- Dispositivos de estimulación eléctrica gástrica: en fase experimental.
3. Tratamiento quirúrgico
La cirugía bariátrica (manga gástrica, bypass gástrico) es el tratamiento más eficaz a largo plazo en pacientes con IMC >40 o >35 con comorbilidades. Mejora o revierte múltiples comorbilidades (diabetes, HTA, apnea del sueño) y ha demostrado reducción de mortalidad a largo plazo (SOS study, N Engl J Med 2007.
No obstante, es un tratamiento con mayor invasividad con riesgo de complicaciones graves. La tasa global de complicaciones graves en cirugía bariátrica oscila entre el 2 y el 6%, según la técnica empleada y la experiencia del centro (Peterli et al., Lancet 2018; Schauer et al., NEJM 2017). Entre las complicaciones destacan: fugas anastomóticas, hemorragias, estenosis, tromboembolismo y déficits nutricionales a largo plazo. La mortalidad quirúrgica se sitúa entre el 0.1 y el 0.5% en centros experimentados.
Pese a ello, sigue siendo la opción con mayor impacto sostenido sobre la pérdida de peso y la remisión de comorbilidades, y debe ofrecerse como primera línea en pacientes con obesidad severa, siempre acompañada de educación nutricional, psicológica y seguimiento prolongado.
Algoritmo terapéutico orientativo según IMC:
IMC | Tratamiento recomendado |
25–27 con comorbilidad | Dieta + Ejercicio + Fármacos |
30–35 | Dieta + Fármacos ± Endoscopia |
>35 con comorbilidades / >40 | Cirugía bariátrica ± Endoscopia como puente |
Contenido original y actualizado en 2025 por:
Dr. Francisco José García Fernández
Especialista de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Hospital Universitario Virgen del Rocío, Sevilla
¿Qué es la obesidad y por qué se produce?
La obesidad es una enfermedad crónica, compleja y multifactorial, caracterizada por una acumulación excesiva de grasa corporal que puede perjudicar la salud. Tradicionalmente se ha definido a través del índice de masa corporal (IMC), considerándose obesidad un IMC igual o superior a 30 kg/m². Sin embargo, esta medida es limitada, ya que no distingue entre masa grasa y masa muscular, ni considera la distribución de la grasa en el cuerpo, por lo que se recomienda complementarla con otros indicadores, como la circunferencia de cintura y, especialmente, con una valoración clínica individualizada.
Los mecanismos que conducen a la obesidad son múltiples y complejos. Aunque el aumento sostenido de peso se debe a un balance energético positivo —es decir, consumir más calorías de las que se gastan—, esta es solo una parte del problema. La aparición de la obesidad está influida por una interacción entre factores genéticos, ambientales, conductuales, culturales y socioeconómicos.
A nivel biológico, el cuerpo humano regula el peso a través de un sistema neuroendocrino sofisticado que involucra órganos como el tejido adiposo, el tracto gastrointestinal y el páncreas, que se comunican con el cerebro, particularmente con el hipotálamo, para mantener el equilibrio entre el hambre, la saciedad y el gasto energético. Sin embargo, en personas con predisposición genética o expuestas a ciertos ambientes, este sistema puede alterarse y favorecer la ganancia de peso.
En las últimas décadas, el entorno en que vivimos —conocido como “ambiente obesogénico”— ha favorecido la aparición de obesidad. Cambios como el fácil acceso a alimentos ultraprocesados, ricos en calorías y bajos en nutrientes, el marketing agresivo, el tamaño creciente de las porciones, el sedentarismo, el estrés crónico, la falta de sueño y la exposición a contaminantes hormonales han contribuido a un aumento global de la obesidad.
Además, los avances en genética han identificado numerosos genes relacionados con la regulación del apetito, el metabolismo y el almacenamiento de grasa. Variantes en genes como FTO, MC4R o LEPR pueden aumentar el riesgo de desarrollar obesidad, especialmente en un entorno propicio. La epigenética —es decir, los cambios en la expresión de los genes debido a factores como la dieta, el estilo de vida o incluso la nutrición materna durante el embarazo— también desempeña un papel fundamental en este proceso.
Por todo ello, es fundamental comprender que la obesidad no es simplemente una cuestión de “falta de fuerza de voluntad”, sino una condición compleja que requiere un enfoque integral para su prevención y tratamiento. El reconocimiento de esta complejidad es esencial para avanzar hacia estrategias eficaces, sostenibles y libres de estigmas.
Las siguientes recomendaciones podrán ayudar a personas con obesidad que quieran revisar su alimentación, teniendo en cuenta que se trata de recomendaciones generales para este perfil y puede haber situaciones específicas que hubiera que adaptar de forma diferente.
Debemos tener en cuenta que la obesidad ya no se define solamente por el peso corporal, sino también por su impacto en la salud. Esto quiere decir que no tendremos que centrar el diagnóstico o el objetivo únicamente en el peso. Serán adecuadas las recomendaciones nutricionales para las siguientes situaciones:
- Obesidad preclínica: existe un exceso de grasa corporal, pero sin signos evidentes de enfermedad. Sin embargo, el riesgo de desarrollar problemas metabólicos es alto.
- Obesidad clínica: la acumulación de grasa corporal afecta órganos y sistemas, contribuyendo a enfermedades como diabetes tipo 2, hipertensión, problemas cardiovasculares o afecciones articulares.
Asimismo, hay que destacar que revertir la obesidad y mantener un peso saludable no solo se logra haciendo una dieta baja en calorías por un tiempo limitado, sino con un cambio en el estilo de vida: modificando los hábitos de alimentación, vida activa sin descuidar la vida social y salud mental. Por ello, desde las pautas de nutrición para obesidad conviene centrar la atención en los patrones dietéticos: cantidad, variedad y combinación de alimentos y bebidas, así como la frecuencia con la que se consumen. Teniendo en cuenta también los valores, preferencias, aceptación cultural y siendo nutricionalmente seguro y adecuado.
Así, debe quedar claro que: no se puede adelgazar de cualquier manera, la dieta debe ser equilibrada y debe aportar una cantidad y una calidad suficiente de nutrientes.
¿Cómo hacer de tu alimentación una dieta adecuada?
Cumplir los siguientes puntos ayudará a realizar un déficit energético, manteniendo un patrón dietético adecuado al contexto habitual, mejorando la variedad y combinación de alimentos:
- En general debemos aumentar la ingesta de vegetales y frutas a la mitad de la ingesta de comidas principales. Idealmente, combinando el consumo de vegetales cocinados y crudos (ensalada). Consumiendo distintos vegetales de temporada, buscando color y variedad en cada plato.
- Priorizar un consumo de proteínas saludables en cada ingesta: carnes, pescados, huevos, lácteos, legumbres y derivados (reduciendo el consumo de carne roja, especialmente procesada).
- El consumo de alimentos energéticos, fuentes de hidratos de carbono y grasas, se reducirá a un cuarto del total consumido. Teniendo en cuenta que:
- Debemos priorizar el consumo de tubérculos (como patata, boniato), granos enteros y cereales integrales (como avena, arroz, quinoa, pasta), reduciendo sus versiones refinadas (pan blanco, pasta blanca, arroz blanco).
- Consumir a diario fuentes de grasas saludables como aceite de oliva virgen extra, aguacate, frutos secos crudos o tostados y semillas.
- Respecto a las bebidas: las fuentes principales de hidratación deben ser agua, café o té. Evitar las bebidas azucaradas y alcohólicas, así como limitar la leche y los productos lácteos a una o dos raciones al día, nos ayudará a mantener un buen nivel de hidratación sin añadir calorías extra poco percibidas.
La adopción de hábitos alimentarios saludables es esencial para prevenir y manejar la obesidad. Una herramienta visual ampliamente respaldada por expertos en salud pública es el Plato para Comer Saludable de la Escuela de Salud Pública de Harvard. Este modelo propone una guía práctica y sencilla para estructurar nuestras comidas diarias:
El Plato de Harvard recomienda:
- ½ del plato con verduras y frutas: variadas y de colores distintos, excluyendo las patatas como principal fuente de carbohidratos.
- ¼ del plato con cereales integrales: como arroz integral, avena o pan integral, en lugar de cereales refinados.
- ¼ del plato con proteínas saludables: como pescado, legumbres, frutos secos y aves. Se sugiere limitar las carnes rojas y evitar las procesadas.
- Aceites saludables en cantidades moderadas, como aceite de oliva virgen extra o aceite de canola.
- Agua como bebida principal, evitando las bebidas azucaradas y limitando los zumos, incluso los naturales.
- Actividad física diaria como complemento esencial para mantener el equilibrio energético y la salud general.
Este modelo no solo promueve un equilibrio nutricional adecuado, sino que también está alineado con evidencias científicas sobre prevención de enfermedades crónicas:
*Copyright © 2011, Harvard University. For more information about The Healthy Eating Plate, please see The Nutrition Source, Department of Nutrition, Harvard T.H. Chan School of Public Health, www.thenutritionsource.org, and Harvard Health Publications, www.health.harvard.edu
- Planificación y cocinado:
- Planifica los menús y elabora una lista de la compra para evitar desperdiciar alimentos y comprar productos no recomendados (embutidos, productos de bollería o pastelería).
- Evita ir a comprar los alimentos con hambre, en este caso lo más probable es que se compren alimentos innecesarios fuera de la lista.
- Revisa el etiquetado de los productos alimentarios que se compran habitualmente. Será muy útil conocer su contenido en ingredientes y nutrientes. Si es necesario, buscar alternativas más saludables y nutritivas en la próxima compra.
- Prepara siempre los platos en casa con una elaboración sencilla: asados, en su jugo, al horno, microondas, en papillote, cocidos al vapor o a la plancha. Evita fritos, rebozados, empanados o guisos con muchas salsas, aportarán calorías extra poco percibidas.
- Busca la saciedad, sin caer en el exceso siguiendo estos consejos:
- Cocina los menús planificados, en las cantidades adecuadas. Evita cocinar más comida de la que se necesita.
- Dedica el tiempo adecuado a comer. Siéntate en la mesa y procura comer siempre en el mismo sitio (comedor, cocina, etc.). Si es posible en un lugar distinto de los que se usa para sentarse cuando no se come (cuando lee, estudia, trabaja, etc.).
- Come con atención, disfrutando y saboreando la comida. Para no tener entretenimientos externos, evita leer, revisar las notificaciones del móvil o ver la televisión, etc. mientras comes.
- Elige alimentos ricos en fibra, como la verdura, los cereales integrales o la fruta sin pelar. Estos alimentos mejoran muchos procesos digestivos, evitan el estreñimiento y contribuyen a sentirse lleno por el poder saciante de la fibra, retrasando el vaciado gástrico.
- En el plato: mejor en trozos grandes que en pequeños o recetas de triturados (purés, gazpachos). Tener que cortar los alimentos en el plato y masticar alimentos ayudará a comer más lento y conseguir un punto de saciedad con una cantidad más adecuada.
- Sirve la comida en platos de un tamaño adecuado a la ración. Evita usar platos muy grandes, para que el efecto visual haga que la cantidad de comida que ponga en ellos parezca mayor y será más fácil seguir las pautas respetando los puntos indicados.
- Sirve el plato antes de sentarte a la mesa y evita dejar la fuente con la comida restante en la mesa. Lo mismo para el pan y la bebida: en la mesa solo la cantidad recomendada.
- Asegura beber suficiente cantidad de agua a lo largo del día, sobre todo fuera de las comidas, porque reducirá las ganas de “picar” entre horas.
- Ajusta el número de comidas adecuado a tu horario y rutina (entre 3 y 5), manteniendo un horario lo más ordenado posible. Evitando saltarse comidas, porque aparecerá más hambre después. Recuerda que la primera comida del día (desayuno) es muy importante que sea saciante y completa (no olvides añadir fruta y una fuente de proteína).
¿Qué pasa si estos consejos o seguir una dieta adecuada no es suficiente?
Las recomendaciones nutricionales basadas en el modelo del Plato de Harvard son una base sólida para una alimentación saludable. Sin embargo, su efectividad puede potenciarse al integrar enfoques individualizados como la nutrición de precisión, considerar el “cuándo” comemos mediante la cronobiología, y aplicar estrategias de restricción calórica sostenibles. Una alimentación saludable no es solo cuestión de “comer menos”, sino de comer mejor, en el momento adecuado y adaptado a cada persona.
Nuevos enfoques complementarios:
Nutrición de precisión
La nutrición de precisión parte de la idea de que no todos respondemos igual a una misma dieta. Factores como la genética, el microbioma intestinal, el metabolismo y la composición corporal influyen en cómo nuestro cuerpo responde a los alimentos. Investigaciones recientes han demostrado que variantes genéticas relacionadas con el apetito, la preferencia por macronutrientes o la sensibilidad a ciertos alimentos pueden modificar la eficacia de dietas para perder peso.
Cronobiología nutricional
La cronobiología estudia cómo los ritmos biológicos influyen en nuestra salud. Aplicado a la nutrición, esto implica considerar el horario de las comidas. Comer en horarios regulares, evitar grandes ingestas nocturnas y respetar los ritmos circadianos puede mejorar el metabolismo, reducir la acumulación de grasa abdominal y regular hormonas como la insulina y la leptina.
El ayuno intermitente, por ejemplo, es una estrategia que combina cronobiología y restricción calórica, mostrando beneficios metabólicos y en el control del peso.
Restricción calórica
Reducir la ingesta calórica de forma controlada, guiada por profesionales sanitarios cualificados, ha demostrado efectos beneficiosos sobre la salud metabólica, la longevidad y la prevención de enfermedades. Programas que reducen entre un 10–25% de las calorías habituales, especialmente si se acompañan de una dieta de alta calidad como la mediterránea o la basada en plantas, pueden ser efectivos para prevenir y tratar la obesidad.
Como se indicaba anteriormente, la obesidad es una situación muy compleja porque en muchas ocasiones por problemas de salud, enfermedades digestivas, alteraciones hormonales y diversas alteraciones metabólicas, no siempre tenemos la respuesta esperada a un déficit energético. Esto nos puede hacer pensar que el déficit debe ser mayor para tener resultados. Aumentar este déficit en agresividad (una diferencia muy grande entre la estimación de las necesidades y la ingesta) y alargarlo en el tiempo, puede ser contraproducente para nuestra salud y estado nutricional. Si no se obtiene el resultado esperado ante un déficit energético, lo ideal es consultar con un especialista, antes de poner en riesgo nuestra salud.
Recomendaciones nutricionales en caso de obesidad
Contenido actualizado en 2025 por:
Dra. Pilar Esteban
Cristina Calcerrada Peinado
Especialistas de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Médico especialista Ap. Digestivo. Nutrición clínica.
Hospital General Universitario Morales Meseguer, Murcia.
Dietista-nutricionista
Contenido original por:
Dr. Robin Rivera Irigoin Especialista de la Fundación Española de Aparato Digestivo
Hospital Costa del Sol, Marbella
BIBLIOGRAFÍA
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COMPLICACIONES DIGESTIVAS DE LA OBESIDAD
La obesidad no solo está relacionada con enfermedades metabólicas y cardiovasculares, sino que también afecta directamente al aparato digestivo, aumentando el riesgo de patologías como el reflujo gastroesofágico, la enfermedad hepática, la litiasis biliar, la diverticulosis y diversos tipos de cáncer digestivo.
Reflujo gastroesofágico y adenocarcinoma esofágico:
La obesidad, especialmente la central o abdominal, es el principal factor de riesgo independiente para la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE). El exceso de grasa visceral incrementa la presión intraabdominal, facilitando el ascenso del contenido gástrico hacia el esófago. Este fenómeno favorece la aparición de esofagitis, hernia de hiato, y en casos crónicos, la transformación del epitelio esofágico en un estado precanceroso denominado esófago de Barrett.
Estudios recientes señalan que el riesgo de padecer adenocarcinoma esofágico en personas con obesidad puede ser entre 2 y 4 veces mayor que en la población con peso normal, y en obesidad severa, este riesgo puede alcanzar hasta 4,8 veces más.
Los trastornos funcionales del aparato digestivo, como el Síndrome del Intestino Irritable (SII), la dispepsia funcional y la distensión abdominal crónica, son más comunes en personas con obesidad. Aunque estos trastornos no se asocian a alteraciones estructurales visibles, generan un gran impacto en la calidad de vida debido al malestar persistente, dolor abdominal, gases o alteraciones del tránsito intestinal. La obesidad abdominal, la inflamación de bajo grado, los cambios en la microbiota intestinal y un mayor estrés psicológico podrían estar detrás de este aumento en la prevalencia y severidad de los síntomas digestivos funcionales.
Enfermedad hepática metabólica y cirrosis:
La obesidad es la causa más frecuente de enfermedad hepática metabólica, anteriormente conocida como hígado graso no alcohólico. Esta afección puede progresar a esteatohepatitis, fibrosis hepática, cirrosis y en última instancia, carcinoma hepatocelular. Se estima que hasta el 90% de las personas con obesidad mórbida presentan algún grado de afectación hepática. La acumulación de grasa en el hígado, combinada con inflamación crónica y disfunción metabólica, convierte a la Enfermedad hepática metabólica en la principal causa emergente de trasplante hepático en Europa y EE. UU.
Litiasis biliar:
Las personas con obesidad tienen un mayor riesgo de desarrollar cálculos biliares, debido a la hipersecreción de colesterol en la bilis y la disminución de la motilidad vesicular. Además, las pérdidas de peso drásticas, frecuentes tras intervenciones médicas, endoscópicas o quirúrgicas pueden aumentar el riesgo de colelitiasis.
Pancreatitis:
La obesidad, en especial cuando se asocia a hipertrigliceridemia, es un factor de riesgo importante para el desarrollo de pancreatitis aguda y crónica. En estos casos, la inflamación del páncreas puede ser más intensa, con mayor riesgo de complicaciones sistémicas, ingresos prolongados e incluso mortalidad. Además, estudios recientes señalan una posible relación emergente entre la obesidad y la esteatosis pancreática —una acumulación anómala de grasa en el páncreas—, la cual podría contribuir al deterioro progresivo de su función exocrina y endocrina.
Diverticulosis:
La obesidad, en especial si se combina con sedentarismo y una dieta baja en fibra, se asocia con una mayor prevalencia de diverticulosis colónica y un riesgo elevado de desarrollar diverticulitis aguda. Estas complicaciones pueden derivar en episodios graves como perforaciones intestinales, abscesos y necesidad de intervención quirúrgica.
Cáncer digestivo: la obesidad como factor de riesgo
La obesidad está fuertemente vinculada con un mayor riesgo de cáncer digestivo, incluyendo cáncer de esófago, hígado, vesícula biliar, páncreas, colon y recto. Factores como la resistencia a la insulina, la inflamación crónica, la alteración de hormonas intestinales y de la microbiota intestinal favorecen la proliferación celular y el desarrollo de tumores malignos.
Complicaciones digestivas de la obesidad
Contenido original por:
Dra. Pilar Esteban
Especialista de la Fundación Española del Aparato Digestivo
Médico especialista Ap. Digestivo. Nutrición clínica
Hospital General Universitario Morales Meseguer, Murcia